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Libro : La Isla Bajo El Mar / The Island Beneath The Sea -.

Modelo 07476057
Fabricante o sello Vintage Espanol
Peso 0.38 Kg.
Precio:   $60,999.00
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Descripción
-Titulo Original : La Isla Bajo El Mar / The Island Beneath The Sea

-Fabricante :

Vintage Espanol

-Descripcion Original:

Excerpt. © Reprinted by permission. All rights reserved. PRIMERA PARTESaint-Domingue, 1770-1793El mal espan ol Toulouse Valmorain llego a Saint-Domingue en 1770, el mismo an o que el delfi n de Francia se caso con la archiduquesa austri aca Mari a Antonieta. Antes de viajar a la colonia, cuando todavi a no sospechaba que su destino le iba a jugar una broma y acabari a enterrado entre can averales en las Antillas, habi a sido invitado a Versalles a una de las fiestas en honor de la nueva delfina, una chiquilla rubia de catorce an os, que bostezaba sin disimulo en medio del ri gido protocolo de la corte francesa. Todo eso quedo en el pasado. Saint-Domingue era otro mundo. El joven Valmorain teni a una idea bastante vaga del lugar donde su padre amasaba mal que bien el pan de la familia con la ambicio n de convertirlo en una fortuna. Habi a lei do en alguna parte que los habitantes originales de la isla, los arahuacos, la llamaban Haiti , antes de que los conquistadores le cambiaran el nombre por La Espan ola y acabaran con los nativos. En menos de cincuenta an os no quedo un solo arahuaco vivo ni de muestra: todos perecieron, vi ctimas de la esclavitud, las enfermedades europeas y el suicidio. Eran una raza de piel rojiza, pelo grueso y negro, de inalterable dignidad, tan ti midos que un solo espan ol podi a vencer a diez de ellos a mano desnuda. Vivi an en comunidades poli gamas, cultivando la tierra con cuidado para no agotarla: camote, mai z, calabaza, mani , pimientos, patatas y mandioca. La tierra, como el cielo y el agua, no teni a duen o hasta que los extranjeros se apoderaron de ella para cultivar plantas nunca vistas con el trabajo forzado de los arahuacos. En ese tiempo comenzo la costumbre de -aperrear-: matar a personas indefensas azuzando perros contra ellas. Cuando terminaron con los indi genas, importaron esclavos secuestrados en A frica y blancos de Europa, convictos, hue rfanos, prostitutas y revoltosos. A fines de los mil seiscientos Espan a cedio la parte occidental de la isla a Francia, que la llamo Saint-Domingue y que habri a de convertirse en la colonia ma s rica del mundo. Para la e poca en que Toulouse Valmorain llego alli , un tercio de las exportaciones de Francia, a trave s del azu car, cafe , tabaco, algodo n, i ndigo y cacao, proveni a de la isla. Ya no habi a esclavos blancos, pero los negros sumaban cientos de miles. El cultivo ma s exigente era la can a de azu car, el oro dulce de la colonia; cortar la can a, triturarla y reducirla a jarabe, no era labor de gente, sino de bestia, como sosteni an los plantadores. Valmorain acababa de cumplir veinte an os cuando fue convocado a la colonia por una carta apremiante del agente comercial de su padre. Al desembarcar iba vestido a la u ltima moda: pun os de encaje, peluca empolvada y zapatos de tacones altos, seguro de que los libros de exploracio n que habi a lei do lo capacitaban de sobra para asesorar a su padre durante unas semanas. Viajaba con un valet, casi tan gallardo como e l, varios bau les con su vestuario y sus libros. Se defini a como hombre de letras y a su regreso a Francia pensaba dedicarse a la ciencia. Admiraba a los filo sofos y enciclopedistas, que tanto impacto habi an tenido en Europa en las de cadas recientes y coincidi a con algunas de sus ideas liberales: El contrato social de Rousseau habi a sido su texto de cabecera a los dieciocho an os. Apenas desembarco , despue s de una travesi a que por poco termina en tragedia al enfrentarse a un huraca n en el Caribe, se llevo la primera sorpresa desagradable: su progenitor no lo esperaba en el puerto. Lo recibio el agente, un judi o amable, vestido de negro de la cabeza a los pies, quien lo puso al di a sobre las precauciones necesarias para movilizarse en la isla, le facilito caballos, un par de mulas para el equipaje, un gui a y un miliciano para que los acompan aran a la habitation Saint-Lazare. El joven jama s habi a puesto los pies fuera de Francia y habi a prestado
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